¿NUEVO PAPA, NUEVOS TIEMPOS?
Poco importa que el nuevo Papa sea europeo, africano, asiático... Poco importa que el Papa sea italiano, alemán, francés, español... Poco importa que deslumbre por su “sabiduría”. Y pongo esta palabra entre comillas debido a que hay diferentes maneras de entender este concepto. Algunos muy “sabios”, saben muy poco de la vida, del ser humano... Es igual que si es alto o bajo, rubio o moreno. Lo que de verdad nos importa a muchos es que pueda llegar a ser un buen Papa. Y esto cada uno lo evaluará dependiendo de la visión que tenga de cómo ha de ser la Iglesia y el Papa la gobierne.
La Iglesia Católica va en declive. A pesar de que “aumente el número” de fieles. Los millares de jóvenes que a veces vemos aplaudir al Papa, en realidad es un espejismo intencionadamente producido. Lo triste es que parece que a sus dirigentes no les importa nada. Y ello se deduce porque siguen en sus trece manteniendo una Iglesia mortecina a contrapelo del mundo de hoy. No es necesario enumerar hechos. Quien sigue la vida de la iglesia los conoce. Es claro que la Iglesia necesita una profunda renovación. Teórica y práctica, en la doctrina y en la vida, en el ser y en el funcionamiento. Nuestra Iglesia, con formas todavía medievales, desentona en el mundo de hoy, se hace incomprensible y desacreditada. El respeto que a veces parece que se le tiene, quizás sea más bien temor, por su poder sobre las conciencias de sus fieles. Los dirigentes católicos pueden movilizar comportamientos e influir en importantes decisiones de los ciudadanos, sobre todo a la hora de emitir el voto. De otra manera, cada vez hay más gente que está dando la espalda a la Iglesia Católica. Incluso muchos que se siguen considerando cristianos.
Necesitamos un Papa que impulse decididamente esta necesaria y urgente renovación de la Iglesia que la haga comprensible a la gente de hoy, a la modernidad. Un vino en odres tan viejos necesariamente ha de estar corrompido. Nadie puede comprender hoy una doctrina cuyo soporte fundamental es el trasnochado teocentrismo. Nadie puede aceptar hoy unas formas de funcionar teocráticas. ¿Se entendería hoy un Sacro Imperio, al estilo de los emperadores antiguos o medievales? Pues así funciona hoy nuestra Iglesia Católica. El Papa está concebido como si fuera un emperador bajo cuya autoridad absoluta están todos los fieles. El mismo modo de elegir al nuevo Papa es buena muestra de ello. Un grupo de electores, ciertos cardenales, son los que ejercen esta función. ¿En nombre de quién? Aparentemente tendremos que decir que en nombre de quien los ha elegido a ellos como cardenales: los Papas Juan Pablo II y Benedicto XV. Es una endogamia de la que sólo se podría salir si apareciese un auténtico Papa-Profeta que produjese un cataclismo intraeclesial. Este sistema de elegir Papas es obsoleto, chirría a la mentalidad moderna. Hay un vicio original contaminante.
Cada uno podría señalar cuáles cree que serían los cambios más importantes que se debieran hacer en la Iglesia. Yo indicaría en primer lugar la desaparición del Estado Vaticano y todo lo que ello conlleve, y la renovación de la Curia Romana, quedando en ella las funciones imprescindibles y trasvasando el resto a organismos diocesanos y nacionales. Ello conllevaría realzar la figura de los obispos diocesanos y de las Conferencias Episcopales. El Papa que sea principalmente el obispo de Roma, con unas funciones añadidas de carácter universal: las que sean imprescindibles. El magisterio hade ejercerlo colegialmente en sintonía con los obispos de todo el mundo y su ministerio con la máxima sencillez, por lo que quedarían fuera de lugar las desmesuradas liturgias, vestimentas y ornamentos lujosos, tratamientos inadecuados, tales como Su Santidad, Sumo Pontífice, Santo Padre..., que desentonan con la mentalidad de hoy.
Somos muchos los que quisiéramos que el nuevo Papa impulsara y encauzara el necesario influjo de la modernidad sobre la iglesia. Es urgente una nueva interpretación del mensaje cristiano, teniendo en cuenta todos los cambios que se produjeron en el campo científico-filosófico y en el socio-político, asumiendo la visión moderna de la materia, la vida, el hombre y la sociedad.
La modernidad ha consagrado como valores insoslayables, entre otros, la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Nadie que no los respete podrá gozar hoy de prestigio, ni podrá pedir adhesión, al contrario se encontrará con un inicial rechazo. Es imprescindible que todos vean que la iglesia los asume y quiere también ella hacerlos realidad en su vida: en su modo de ser, de comportarse y de funcionar.
Así pues, entre otras muchas cosas, debiéramos ir hacia una mayor participación, organizada institucionalmente, en la gestión de todos los asuntos de la iglesia, con capacidad deliberativa y decisoria, no meramente consultiva, para que no esté todo en manos de una sola persona: el párroco, el obispo o el papa, en sus respectivos ámbitos.
La Iglesia misma debiera alentar la libertad de opinión, dando fin a la mentalidad y a las prácticas inquisitoriales, igual que a las medidas coercitivas, llevadas a cabo con el fin de mantener por encima de todo un “pensamiento único” en la Iglesia y una interpretación monolítica del mensaje cristiano. No se deben ahogar los tanteos de los investigadores en todos los campos del saber, incluyendo la teología en todas sus ramas.
Ser laico, religioso o religiosa, sacerdote u obispo, son servicios diferentes dentro de la Iglesia, pero esa diferencia no puede conducir a que en ella haya distintas categorías, ya que todos somos igualmente hijos del mismo Dios.
La iglesia debe estar más al lado de los más necesitados, de los que más sufren, debe estarlo más claramente y más radicalmente, hasta el punto de que ello sea un signo identificativo de su propio ser, como lo fue de Jesús de Nazaret. Para que ello sea así no es suficiente la ingente obra caritativa de la iglesia. Es necesario despojarse de todo aquello que sea, o aparente ser, riqueza, tanto dentro de las iglesias como fuera de ellas, sobre todo en lo referente a las posesiones. Es necesario que se oponga contundentemente a las injusticias que se ejercen sobre los más débiles, denunciando a los causantes de ello. Hoy debiera proclamar la inmoralidad de los desahucios y la escandalosa corrupción de algunos que llenan sus bolsillos con los dineros públicos.
Este es el Papa que muchos queremos. No importa de dónde venga. Nos importa sobre todo hacia dónde queremos que nos ayude a caminar. Pipo Álvarez.